Réquiem sabrozón

Como gotitas de muerte van cayendo los días sobre mi cadáver futuro.
Agradable sensación la de cada mañana y cada noche.

Un día a la vez voy muriendo y le doy gracias a la vida, que me ha dado poco nomás.
Igual, disfruto de este papelito secundario que he de vivir, en esta película barata con final cantado e inalterable. (guión de hierro le dicen)

He besado mujeres y les hice el amor también. Tuve amigos, amigotes y superamigos.
Amo cada trago bebido y reniego un tanto por cada bocanada humeante que inhalé. Y aunque me arrepiento de mucho, no me guardo rencor.

Me encantaría ser feliz más a menudo. Abducido por un trance de gozo permanente que me deje suspendido en un estado de júbilo inextinguible.

Quisiera en un abrazo, contener a todos cuanto son. En fila india o en trencito pachanguero, llevarlos de mojiganga y borrachera, hasta caer exinanidos de la pura dicha, viendo a la pelona llegar tarde a nuestra cita.

Mi óbito aún puede esperar. La luz todavía refulge untada en mis caderas.
Quiero espacio, tiempo, amor, placer. Más mujeres, más amigos, más sueños diurnos, más arroz.

El maldito discurrir me empuja al recodo final de las horas. Es inevitable, más estoy dispuesto a dar la gran pelea.
Fácil a mi no me agarra. ¿Qué se habrá creído esta ridícula capucha y su guadaña?
Ya nos veremos las caras, pero mientras eso, háganme la taba pues, taifa querida.
No me dejen bailando sólo. Retocen conmigo y nos haremos vigorosos y quién sabe hasta inmortales.

Jadeando regosto a cada paso, cruzaremos el aqueronte, una y otra vez.
Y más allá de la mortecina posada que me aguarda y sin importar cuánto apeste y cuanto arda, espero (¡que hijo de puta!) verlos a todos junto a mí.

Si están al lado de querubines y arpas celestiales, definitivamente no eran de los míos.
Pero igual los amo, amigos y amigas mías. Aunque les importe un trío de mojones.