Momentos IV
La vio minutos antes caminando con un chico que parecía ser
su enamorado, y le había gustado tanto que decidió seguirlos por el centro
comercial. Luego de unos minutos, la supuesta pareja se sentó en el patio de
comidas junto a la escalera eléctrica. Entonces sin saber qué hacer, dio
vueltas por el lugar, viendo tiendas sin llegar realmente a mirarlas. Sabiendo que era tonto seguir con su estúpido jueguito de a uno, decidió subir
al segundo piso, usando las gradas junto al lugar en el que se encontraba la chica
y su acompañante. Mientras ascendía, podía observarla, fijarse detenidamente en
su mirada inquietante y su larga cabellera cubriendo sus hombros desnudos. Y
justo, antes de perder contacto visual para siempre, ella levantó la mirada
hacía él, mirándolo fijamente los últimos tres segundos, para, finalmente,
dejarle esa sonrisa imposible que hasta hoy no ha podido olvidar.
Harto de ser víctima constante de todo tipo de abusos, pensó
en que eso debía acabar. Basta de que la gente se le adelante en la cola, que
le cobre de más, que lo asalten o, peor aún, que lo ignoren cada vez que
intentaba reclamar. Planeando detalladamente qué actitud debía asumir en cada
ocasión, ensayó en su habitación, las miradas, los gestos y las palabras que
usaría si, por ejemplo, no lo dejaban en el paradero correcto; o lo que haría
si alguien hablaba por celular mientras se encontrara en el cine. Y así. Hasta
que llegó el día: mientras compraba víveres en el supermercado, paseando por el
pasillo higiene personal, divisó el desodorante que usaba -solo quedaba uno-, y justo en el momento que
lo tomaba entre sus dedos, un tipo se lo arrancó de la mano y metió el producto
en su cochecito mientras le decía: sorry
tío. Entonces sucedió: esperó que el tipo avanzara unos metros hasta llegar
a la sección licores; cogió una botella de vino y la estrelló contra la cabeza
del sujeto, causando que este cayera al piso desmayado sin reacción alguna. ¡Ése
maldito violó a mi nena y jamás fue preso! -alcanzó a gritar-, ante la mirada
atónita del resto. Nadie se atrevió a increparle. Cogió una botella de whisky,
la puso en su coche y abandonó la tienda llevándose todo, sin nadie que le
cobrara.
Después de bajar las gradas de tres en tres, como apurando
su salida, como ansiando la avenida, Marlen encendió un cigarro y caminó con
dirección norte, sin saber exactamente adónde quería dirigirse. Luego de horas
andando, se encontró al pie de un puente que no recordaba haber cruzado antes.
Aún metida en sus pensamientos, lo atravesó deprisa, deseando a cada paso, que
su mente llegará del otro lado, sin toda esa mierda que la llenaba por
completo. No fue así. Seguía pensando en él, en cómo había terminado tan bruscamente
todo; en los cientos de millones de
personas que terminan heridas por las personas que aman. Pensó que el amor,
era el accidente más fatal sobre la tierra, y se perdió entre calles que no
conocía.
La fantasía sexual de Betty, era hacerlo con un anciano.
Aunque casada con un hombre de su edad, siempre rondó en su cabeza aquella
posibilidad. Era una fijación retorcida, pues no era algo que le provocara
placer de antemano. No sabe en qué momento se instaló aquella idea en su mente,
pero no se la pudo quitar por más que quiso. Y así, decidió que en su siguiente
consulta ginecológica, cambiaría a su doctora, por el doctor de más edad que
trabajara en la clínica. Indagó y encontró. El médico con el que hizo cita,
tenía 75 años, pero lucía un aspecto algo menor. Llegado el día, asistió a su
chequeo y mientras era revisada, le contó al doctor de su ilusión. Él la miró unos
segundos, apartó sus manos de donde las tenía y le dijo: ¿sabe cuántas mujeres
me lo han pedido? Hubo un silencio prolongado que fue interrumpido por el mismo
doctor al responder la pregunta que había hecho: Ninguna -dijo-. Luego se quitó
la ropa.
Habían pasado cinco meses desde la última vez que tuvo sexo.
No era grave -según pensaba- pero tampoco rechazaba la idea de tenerlo pronto.
Solía masturbarse recordando a sus examantes, o viendo algo de pornografía,
incluso leyendo literatura erótica. Por ahora, nadie le gustaba lo suficiente
como para iniciar alguna relación; se encontraba a gusto como estaba, pero la
idea del sexo fue cobrando fuerza a medida que pasaban los días. Así fue que
decidió llamar a su última pareja, como examinando el terreno y las
posibilidades. Era obvio que aún sentía algo por esta persona, quizá más
atracción que sentimientos amorosos. Hola, ¿cómo has estado? Bien, trabajando y
viviendo que son la misma cosa. Si pues; oye, llamaba para preguntar si te
apetece que nos tomemos un café. Perfecto, yo estaba a punto de llamarte y pedirte
lo mismo. Bueno, qué te parece el miércoles a las 7, donde siempre íbamos. Yo
feliz, te veo. Llegado el día y sentados a la mesa, luego de una breve
charla, pidieron lo que les provocó ese momento y cuando la azafata, luego de
10 minutos vino con el pedido, ya ninguno se encontraba allí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario