miércoles, abril 24, 2013

Momentos IV


La vio minutos antes caminando con un chico que parecía ser su enamorado, y le había gustado tanto que decidió seguirlos por el centro comercial. Luego de unos minutos, la supuesta pareja se sentó en el patio de comidas junto a la escalera eléctrica. Entonces sin saber qué hacer, dio vueltas por el lugar, viendo tiendas sin llegar realmente a mirarlas. Sabiendo que era tonto seguir con su estúpido jueguito de a uno, decidió subir al segundo piso, usando las gradas junto al lugar en el que se encontraba la chica y su acompañante. Mientras ascendía, podía observarla, fijarse detenidamente en su mirada inquietante y su larga cabellera cubriendo sus hombros desnudos. Y justo, antes de perder contacto visual para siempre, ella levantó la mirada hacía él, mirándolo fijamente los últimos tres segundos, para, finalmente, dejarle esa sonrisa imposible que hasta hoy no ha podido olvidar.

Harto de ser víctima constante de todo tipo de abusos, pensó en que eso debía acabar. Basta de que la gente se le adelante en la cola, que le cobre de más, que lo asalten o, peor aún, que lo ignoren cada vez que intentaba reclamar. Planeando detalladamente qué actitud debía asumir en cada ocasión, ensayó en su habitación, las miradas, los gestos y las palabras que usaría si, por ejemplo, no lo dejaban en el paradero correcto; o lo que haría si alguien hablaba por celular mientras se encontrara en el cine. Y así. Hasta que llegó el día: mientras compraba víveres en el supermercado, paseando por el pasillo higiene personal, divisó el desodorante que usaba  -solo quedaba uno-, y justo en el momento que lo tomaba entre sus dedos, un tipo se lo arrancó de la mano y metió el producto en su cochecito mientras le decía: sorry tío. Entonces sucedió: esperó que el tipo avanzara unos metros hasta llegar a la sección licores; cogió una botella de vino y la estrelló contra la cabeza del sujeto, causando que este cayera al piso desmayado sin reacción alguna. ¡Ése maldito violó a mi nena y jamás fue preso! -alcanzó a gritar-, ante la mirada atónita del resto. Nadie se atrevió a increparle. Cogió una botella de whisky, la puso en su coche y abandonó la tienda llevándose todo, sin nadie que le cobrara.

Después de bajar las gradas de tres en tres, como apurando su salida, como ansiando la avenida, Marlen encendió un cigarro y caminó con dirección norte, sin saber exactamente adónde quería dirigirse. Luego de horas andando, se encontró al pie de un puente que no recordaba haber cruzado antes. Aún metida en sus pensamientos, lo atravesó deprisa, deseando a cada paso, que su mente llegará del otro lado, sin toda esa mierda que la llenaba por completo. No fue así. Seguía pensando en él, en cómo había terminado tan bruscamente todo;  en los cientos de millones de personas que terminan heridas por las personas que aman.  Pensó que el amor, era el accidente más fatal sobre la tierra, y se perdió entre calles que no conocía.


La fantasía sexual de Betty, era hacerlo con un anciano. Aunque casada con un hombre de su edad, siempre rondó en su cabeza aquella posibilidad. Era una fijación retorcida, pues no era algo que le provocara placer de antemano. No sabe en qué momento se instaló aquella idea en su mente, pero no se la pudo quitar por más que quiso. Y así, decidió que en su siguiente consulta ginecológica, cambiaría a su doctora, por el doctor de más edad que trabajara en la clínica. Indagó y encontró. El médico con el que hizo cita, tenía 75 años, pero lucía un aspecto algo menor. Llegado el día, asistió a su chequeo y mientras era revisada, le contó al doctor de su ilusión. Él la miró unos segundos, apartó sus manos de donde las tenía y le dijo: ¿sabe cuántas mujeres me lo han pedido? Hubo un silencio prolongado que fue interrumpido por el mismo doctor al responder la pregunta que había hecho: Ninguna -dijo-. Luego se quitó la ropa.

Habían pasado cinco meses desde la última vez que tuvo sexo. No era grave -según pensaba- pero tampoco rechazaba la idea de tenerlo pronto. Solía masturbarse recordando a sus examantes, o viendo algo de pornografía, incluso leyendo literatura erótica. Por ahora, nadie le gustaba lo suficiente como para iniciar alguna relación; se encontraba a gusto como estaba, pero la idea del sexo fue cobrando fuerza a medida que pasaban los días. Así fue que decidió llamar a su última pareja, como examinando el terreno y las posibilidades. Era obvio que aún sentía algo por esta persona, quizá más atracción que sentimientos amorosos. Hola, ¿cómo has estado? Bien, trabajando y viviendo que son la misma cosa. Si pues; oye, llamaba para preguntar si te apetece que nos tomemos un café. Perfecto, yo estaba a punto de llamarte y pedirte lo mismo. Bueno, qué te parece el miércoles a las 7, donde siempre íbamos. Yo feliz, te veo. Llegado el día y sentados a la mesa, luego de una breve charla, pidieron lo que les provocó ese momento y cuando la azafata, luego de 10 minutos vino con el pedido, ya ninguno se encontraba allí.

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