MOMENTOS V
Entró
al departamento y se dirigió a la habitación. La puerta entreabierta del baño dejaba
escuchar el agua de la ducha corriendo y permitía ver su cuerpo enjabonado. En
otras circunstancias, hubiese ingresado junto a ella vestido solo de lujuria o,
en el peor de los casos, esperado a que saliera, sentado al borde de la cama
para recibirla con un gesto repetido, indicando que se despojase de la toalla.
Pero esta vez, solo la vio unos segundos, y sin delatar su presencia, volvió a
la sala para continuar con la lectura de un libro. Era el principio del fin.
Te
acercamos un poco, estamos en la ruta, dijo Mariela. Renata subió al coche por
detrás y agradeció el aventón. La fiesta había estado increíble y era hora de
retirarse. Marcelo tuvo cierto reparo en que Renata -amiga de su novia-
subiera al auto. Y es que a lo largo de la noche, entre volutas de humo y
luces de colores, se habían estado mirando no pocas veces, con disimulo. Se
gustaron, y en lo que duró el viaje hasta el lugar donde ella bajaría, el
espejo retrovisor fue aliado de sus crecientes coqueteos visuales. Al lado,
Mariela dormitaba mientras susurraba la canción que salía de los parlantes.
Ambos
miraban al techo. Tendidos sobre la cama, desnudos y agitados. Terminaban de
echar su cuarto polvo y la sesión amorosa estuvo memorable. El sudor
abrillantaba sus cuerpos laxos mientras ellos permanecían en silencio. Al cabo
de un rato comenzaron a reír, tal vez recordando las cosas que hicieron, que se
dijeron, impensables en circunstancias ajenas a la cópula. No quiero tirar
nunca más dijo ella. Claro, como cuando te metes la borrachera de tu vida y no
quieres beber nunca más dijo él. No es eso, es que lo de hoy estuvo tan rico,
intenso e insuperable que siento que los demás polvos serán de trámite dijo
ella. Polvos de trámite son los que te metes con tu marido y yo con mi mujer
dijo él, acabando -quizás- con el mejor periquete de sus atribuladas vidas.
Con
sus dieciocho años recién cumplidos, Mariana pensó estrenarse en los avatares
del amor. Sabía que era su momento y lo había estado esperando. Antes solo
experimentó alguna atracción física, de pronto emocional, pero intuía que del
amor estaba lejos. Hasta que se presentó en su vida de la manera más impensada.
Luego de tentar e intentar algunos lances sin éxito, apareció. Quedó cautivada
por el color incierto de sus ojos, la ternura de su voz y el delicado bronceado
de su piel. Apenas cruzaron palabras en esa primera clase de fotografía y supo
lo que quería, lo que amaba y lo que siempre había deseado. Han pasado tres
años desde ese encuentro y Mariana me confiesa que es la mujer más feliz del
planeta. Lucía dice lo mismo y solo hay que verlas para compartir su certeza.
La
primera noche después de la separación, fue un rito interminable de llanto e
imprecaciones hacia ella, al destino, a la vida misma. La propia culpa junto
con la ajena, no explicaban nada de lo que sentía. Las excusas se extendían con
las horas y el consuelo dormía lejos, en alguna palabra, en algún hecho
inhallable de su vida rota. No podía conjugar tanto odio y tanto amor entrelazados.
Cerca de las cuatro de la madrugada, sin
tener la más puta idea de lo que vendría con la luz del alba, la sombra de la
muerte trajinó su deteriorado pensamiento. Cogió el arma y salió en su búsqueda…
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