Susan
La habitación era muy pequeña para albergar la tristeza de
Susan. Su pena llenaba los cajones y las ventanas se cubrían de amargura,
impidiendo el paso de luz. Eran las diez de la mañana cuando se enteró de todo.
Tardó unas horas en procesar la información, la verdad o como quiera
llamársele. Sentada en el piso y con la cabeza recostada al pie de la cama,
permaneció un tiempo indefinido mirando una mancha en la pared que cambiaba de
forma con el paso de los minutos y de sus pensamientos. Entumecida y
acalambrada, era incapaz de cambiar su posición. La abulia era más fuerte que
su dolor. Lo único que se movía en su cuerpo, eran las gotas de sudor que, mezcladas
con sus lágrimas, caían salinas hasta morir en su escote.
Fue así que la sangre de Susan, empezó a diluirse
progresivamente. Sus pulmones se estrecharon, su corazón se contrajo y sus
tripas se solidificaron. Las cavidades que contenían sus ojos, secaron la
mirada acuosa y la volvieron piedra. El rojo de sus labios se tornó violeta y
el nácar contenido de su sexo, era sal embebida en hiel.
Nadie sabrá qué diablos le dijeron esa mañana de verano
justo a las diez en punto. Pero sabemos de sus ganas de morir. De su impertérrita
voluntad por marcharse sin tener si quiera que matarse.
Dicen que cuando deseas algo con todas tus ganas, se cumple.
Susan lo sabe ahora y nadie ha de sentir pena por ella. Solo yo, que fui quien
la llamó.
1 comentario:
como siempre, me encanta lo que escribes :)
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